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La contramanipulación de Bowling for Columbine

<strong>La contramanipulación de Bowling for Columbine</strong> Michael Moore, activista, documentalista, rompepelotas de la administración Bush y realizador de "Bowling for Columbine", goza de una virtud que -máxime en un caso como el suyo- resulta explosiva en el mundo del cine: el don de la oportunidad. Es verdad que Moore ya se dio a conocer, al menos en los EEUU, con un par de libros y una serie para televisión ("The awful truth", un recorrido por los trapos sucios de la élite política y económica). También es cierto que resulta penosamente difícil encontrar un momento en el que un documental como el suyo no resulte de rabiosa actualidad. Pero el genuino don de la oportunidad resulta ser involuntario, a diferencia del oportunismo, y resulta que el golpe de gracia a favor de Michael Moore ha venido precisamente desde la materia prima con la que trabaja: la política estadounidense, y en particular la campaña para la invasión de Irak.


Pocas consecuencias positivas pueden extraerse del nuevo rumbo que ha tomado la política internacional norteamericana con este asunto. Si nos empeñamos en buscar alguna, podríamos decir que ha facilitado la cohesión de movimientos antibelicistas y ha despertado a mucha gente de un letargo sordo. Y por lo que respecta a "Bowling for Columbine", que ha colaborado indirectamente en catapultar la distribución de la película a nivel internacional y, al menos para el que suscribe, ha contribuido a que el visionado del documental de Moore se convierta en una pequeña revelación -o revolución- y además muy oportuna.

Es evidente que no es la primera vez que una película documental pone en entredicho las opiniones oficiales con sus mismas armas. Entonces, ¿qué hace que el fenómeno de "Bowling for Columbine" resulte especialmente interesante? Quizá sea su enorme difusión. Y quizá haya algo más: el hecho de que el arsenal mediático que brinda el montaje, en tanto que manipulación implícita de la realidad, caiga en manos de un francotirador como Michael Moore puede reconciliarnos a unos cuantos con el lenguaje televisivo y su continua polarización. Y no por una especie de ley de las compensaciones o por una sensación de revancha consumada, sino porque "Bowling for Columbine" nos recuerda que ciertas cosas caen por su propio peso. En "Bowling..." la parafernalia audiovisual deja de ser una herramienta esencial de propaganda y se convierte en la guinda del pastel, ya sea en forma de humor o como prueba visible del exhibicionismo de Moore. Exhibicionismo un tanto tranquilizador en este caso, que no sólo no esconde la mano que acaba de arrojar la piedra sino que encima la zarandea ante la cámara, ante muchos ojos a los que la situación política ha dotado de una especial avidez. En cualquier caso, es reconfortante que una película documental con contenido político no fuerce los razonamientos, sino que los acompañe sin hacer comulgar al espectador con ruedas de molino. Salvando algunas licencias por parte de Moore, que aunque no empañen el resultado final las hay, me gusta mucho que "Bowling for Columbine" me haya hecho acordarme de Thomas Jefferson, uno de los responsables de la democracia norteamericana, cuando decía que la verdad se defiende sola, y que sólo la mentira necesita el apoyo del gobierno.

Kurt Engfehr, el responsable del montaje de "Bowling for Columbine", ha recogido este año el premio Eddie que otorga el gremio estadounidense de montadores, la American Cinema Editors, al mejor montaje de documental para cine. Lo único que sabemos sobre Engfehr es que en 1995 participó en el montaje del show-documental televisivo "El juicio a O.J.Simpson", y que comenzó a colaborar con Michael Moore como coordinador de montaje en la ya mencionada "The Awful Truth". Su caso nos sugiere que del reality show judicial puro y duro al reportaje subversivo e iconoclasta puede mediar un único paso. En realidad, si pensamos en los recursos disponibles a la hora de seleccionar el material de cámara y estructurarlo de forma eficaz, no hay diferencias entre narrar una u otra cosa.

Lo esencialmente distinto, y acaso sea así en el caso de Kurt Engfehr y de Michael Moore, es la actitud frente al trabajo y la existencia o no de censura, propia o ajena. No cuesta imaginar a parte del equipo de "The Awful Truth" y de "Bowling..." como versiones posmodernas de los periodistas del Washington Post que destaparon el caso Watergate. Eso sí, con la desfachatez que proporciona saber que los escándalos expuestos (en este caso incongruencias y barbaridades, más que escándalos) son secretos a voces.
Poco después de que Moore obtuviera el oscar al mejor documental, no han faltado en Estados Unidos los movimientos civiles (¿?) que buscan impugnar el premio, aduciendo como principal argumento que "Bowling for Columbine" no es un documental, y que por tanto ha violado las normas de la academia al ganar el oscar al mejor largometraje documental. Bueno, no creo que nadie discuta que un requisito indispensable en todo documental es que contenga un punto de vista. Tanto si lo llamamos así como si hablamos de "perspectiva", "posición" o "tesis", me sorprendería encontrar un documental oscarizado que careciera de ella. Si manipular la realidad es aumentar el tamaño de las letras al mostrar una cifra mayor de muertos, o seleccionar los fragmentos de una entrevista en el montaje, hagámonos a la idea de que la objetividad es sencillamente imposible. Y si un documental defiende una tesis que molesta a algunos, pues qué le vamos a hacer. A muchos nos han estado molestando durante años, y no se nos ha ocurrido pedir la impugnación de un premio porque cayese en manos de algún paladín de la ley y el orden.

En la página abanderada de la demanda, http://www.revoketheoscar.com , se exponen otras razones. Entre ellas, se le echa en cara a Moore que sugiera que parte de la responsabilidad de la tragedia del 11-S sea de la propia política norteamericana. Y remata -cito textualmente- "No es difícil imaginarse por qué recibió una ovación en pie en el festival francés de Cannes". Si alguien no hubiera seguido mínimamente la actualidad a lo largo de los primeros meses de 2003, cosa difícil, se sorprendería ante la carga de profundidad contra Francia. No recuerdo que nadie se quejara ostensiblemente de esa ovación el pasado festival de Cannes. Algo habrá pasado desde entonces para que ahora algunos pongan el grito en el cielo contra los franceses. Sea como sea, este artículo parte de opiniones personales... entre ellas, una que me deja muy claro que debemos dejar que se quejen. Aunque les salga poco convincente, supongo que por falta de experiencia, están en su derecho.

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